La cumbre anual sobre cambio climático de Naciones Unidas comenzó este jueves en Belém, Brasil, con la presencia de líderes globales y activistas, en un contexto marcado por la urgencia ambiental, la ausencia de los principales emisores del planeta y las contradicciones internas del país anfitrión.
La ciudad amazónica, rodeada por una selva cada vez más amenazada, se convierte en escenario de la COP30, presentada como la “cumbre de la implementación”. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva busca movilizar fondos internacionales para frenar la destrucción de ecosistemas clave, mientras lanza el Fondo Bosques Tropicales para Siempre, destinado a apoyar a más de 70 países en desarrollo.
Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos, China e India —los tres mayores emisores de gases de efecto invernadero— plantea dudas sobre el alcance de los compromisos. La postura del presidente argentino Javier Milei, quien calificó el cambio climático como un “engaño socialista” y se distanció del Acuerdo de París, refuerza las tensiones regionales.
A pesar de sus credenciales diplomáticas, Brasil enfrenta críticas por autorizar prospecciones petroleras en la desembocadura del Amazonas. “No quiero ser un líder medioambiental”, declaró Lula, en una frase que resume el dilema entre desarrollo y preservación.
La logística también desafía a Belém, con una infraestructura limitada para recibir a miles de delegados, periodistas y activistas. Hoteles saturados, cruceros adaptados, albergues improvisados y hasta moteles reconvertidos reflejan el esfuerzo por sostener el evento.
Por primera vez en años, las protestas tienen espacio real: embarcaciones con pancartas, marchas y manifestaciones recorren la ciudad, en contraste con las restricciones impuestas en ediciones anteriores celebradas en países autocráticos.
La COP30 se desarrolla en un escenario donde la urgencia climática convive con intereses económicos, disputas geopolíticas y demandas sociales que buscan hacerse oír.




